MARÍA SOLIÑA
Es un arreglo de Julio Domínguez a la melodía original de Antonio Valverde (1973) sobre el poema de Celso Emilio Ferreiro (1912-1979) inspirado en María Soliña, personaje cuya historia alimentó la leyenda de la meiga de Cangas y que fue pasando de generación en generación entre sus habitantes. Según los archivos de la época María Soliño fue una pescadora y terrateniente juzgada por brujería en 1621, a los setenta años. Quedó viuda cuando unos piratas barberiscos saquearon el pueblo y asesinaron a su marido y su hermano. Después de esto cundió la hambruna en el pueblo y María poseía bienes codiciados por la nobleza. En la acusación ante el Santo Oficio de Compostela se detallaba como prueba que acudía sola cada noche a la playa en la que su marido y su hermano habían muerto donde suplicaba para que el mar devolviese los cuerpos. María confesó bajo tortura y a diferencia de lo que cuenta la leyenda, la pena de morir quemada en la hoguera fue conmutada, aunque recibió el castigo del escarnio público y hasta se le llegó a acusar en el pueblo de ser culpable del ataque de los piratas. Otras mujeres juzgadas a la par sí fueron quemadas vivas y según unas coplas populares de la época estas meigas de Cangas no eran sino nietas de María Soliño.
Polos camiños de Cangas
a voz do vento xemía:
ai, que soliña quedache,
María Soliña.
Nos areales de Cangas,
muros de noite se erguían:
ai, que soliña quedache,
María Soliña.
As ondas do mar de Cangas
acedos ecos traguían:
ai, que soliña quedache,
María Soliña.
As gueivotas sobre Cangas
soños de medo tecían:
ai, que soliña quedache,
María Soliña.
Baixo os tellados de Cangas
anda un terror de auga fría:
ai, que soliña quedache,
María Soliña.
Por los caminos de Cangas
la voz del viento gemía:
ay, qué soliña quedaste,
María Soliña.
En los arenales de Cangas
muros de noche se erguían:
ay, qué soliña quedaste,
María Soliña.
Las olas del mar de Cangas
ácidos ecos traían:
ay, qué soliña quedaste,
María Soliña.
Las gaviotas sobre Cangas
sueños de miedo tejían:
ay, qué soliña quedaste,
María Soliña.
Bajo los tejados de Cangas
anda un terror de agua fría:
ay, qué soliña quedaste,
María Soliña.